Reflexionando sobre el ser humano y su modo de actuar ante los problemas ajenos, podría afirmar que existen dos tipos de personas: los que encuentran siempre un gesto desinteresado hacia los demás y los que solo se mueven para contemplar su ombligo.
En primer lugar se encuentran las personas comprometidas e involucradas ante los problemas de la sociedad, los que abren su corazón a los demás haciendo las inquietudes suyas, repartiendo su tiempo, su comprensión, su cariño y en muchas ocasiones su dinero.
Su propósito no es otro que el de aportar su granito de arena, intentando trocar este panorama desolador que nos azota, originando muchas de las consecuencias sociales que podemos observar a diario y que se hallan limítrofes a nuestras vidas.
Por desgracia también existen personas de cuello rígido, que actúan de manera indiferente, como si todo lo que aconteciera nunca pudiera afectarles, vistiéndose con asiduidad con un traje de egoísmo, como si no existiera en el mundo más problemas que los suyos.
Consiguen hacer de un grano un castillo de arena; la falta de empatía y actitud se convierten en una agresión constante contra el hombre y sus dificultades, creyendo que el mundo gira en torno a ellos, la falta de humildad inicia un camino que solo conducen al fracaso.
Jacinto Benavente dijo: “El único egoísmo aceptable es el de procurar que todos estén bien para estar uno mejor”. A veces deberíamos ser más altruistas. Salgamos a la calle, es hora de dejar de mirarse el ombligo para mirar al de los demás.
Tal vez nos lamentemos con demasiada frecuencia, convencidos de que no podemos ir a peor, pero muchas personas darían todo por estar tan mal como nosotros.
Articulo publicado en el Periódico Extremadura.
26-04-2014
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