No existe nada más grato para un apasionado de Cáceres que dar un paseo por la parte antigua, a solas o acompañado, lo importante sin duda alguna es poder disfrutar del verdadero espectáculo y del recorrido entre murallas que nos ofrece esta ilustre ciudad.
Los que afortunadamente nacimos aquí, probablemente no percibíamos el valor que realmente tiene, advertíamos con cierto asombro como los turistas visitaban la ciudad, quedándose prendados de este tesoro arquitectónico, un destino ideal en cualquier estación del año.
Tal vez lo que nuestros ojos oteaban tan cotidianamente era uno de los conjuntos monumentales más relevantes del mundo, tercero de Europa y designado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1986, todo ello propiciado por su extraordinario estado de conservación.
Nuestra ingenuidad no alcanzaba a comprender el enclave donde nos emplazábamos, no entendía del Renacimiento, ni de la Vía de la Plata, tampoco de moros ni de cristianos, o del imperio almohade. La Reconquista quedaba tan lejos como la intención de regresar a casa y dejar de corretear tras un balón.
Cáceres fue creciendo al igual que nosotros, pero el encanto de la ciudad seguía persistiendo entre muros, por sus callejuelas empedradas que conducían al barrio judío, a las iglesias, palacios y conventos, todo un viaje hacia atrás en el tiempo y una experiencia tan sublime como inolvidable.
Con la madurez que atesoro, me confieso abiertamente ser un enamorado de mi ciudad, del casco antiguo, de esta historia viva. Me invade un sentimiento arraigado que me arrastra a perderme por las calles y me colma de intenciones en desvelar como era todo antes.
Somos unos auténticos privilegiados de poder contemplar este paisaje cada día, este legado del pasado, nuestro patrimonio.
Articulo publicado en el Periódico Extremadura.
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