Ahora que nuestros padres se hacen mayores, que las arrugas y las canas conviven con sus problemas de salud, quizás convenga plantearnos en cambiar el rol en nuestras vidas y ejercer nosotros el papel de padres y ellos el de hijos, cuidarles tal y como ellos lo hicieron con nosotros.
Es nuestro compromiso garantizarles una calidad de futuro y brindarles todo el afecto que en ocasiones no supimos demostrarles en otras etapas de nuestras vidas, darles un mayor protagonismo en la unidad familiar para que jamás se sientan solos y olvidados.
Debemos dedicarles más tiempo de nuestras rutinarias vidas. Tiempo para sentarnos junto a ellos, cogerles de la mano y escuchar con paciencia las mismas historias de siempre, mirarles a los ojos y conseguir que vistan en su rostro una sonrisa.
Por desgracia, casi dos millones de mayores en nuestro país se encuentran en situación de soledad extrema. Probablemente para ellos llegar a esa edad habría sido todo un motivo de alegría, pero su recompensa se convierte en todo un calvario, encontrándose de lleno con esa soledad que convive en silencio junto a ellos.
Esta soledad es un enemigo que afecta preocupantemente al bienestar de nuestros mayores. La calidad de vida no radica meramente en tener un buen estado físico, sino también en un óptimo estado emocional. A muchos la tristeza les arrebata la ilusión por levantarse cada mañana.
Una vez leí que las personas mayores son personas con plata en el pelo y oro en el corazón. A veces nosotros, arrastrados por nuestras vertiginosas vidas, olvidamos que el tiempo transcurre tan deprisa que cuando queremos darnos cuenta ya es demasiado tarde para decir “te quiero” o “te echo de menos”
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