Se abre la veda en la que todo vale por conseguir un voto. La falacia se viste con traje y corbata y se sube a un escenario donde da comienzo la misma liturgia de todos los comicios, el discurso trillado de siempre, la verborrea que anuncia promesas y voluntades aunque todos sabemos que con fecha de caducidad.
Aunque intenten hacernos creer que hay cosas diferentes en sus políticas y en sus modus operandi, en realidad no es así. Todos intentan encubrirse tras un disfraz de piel de cordero, pero en el fondo son todos iguales. Como diría mi padre, "los mismos perros con diferente collar".
Así pasa desde que tengo la potestad de ejercer mi derecho al voto, un hecho que en algunas ocasiones me origina una cierta desilusión o apatía. Esta sensación también la sobrellevan muchos ciudadanos que han perdido la fe en aquellos a quienes les dieron un voto de confianza.
Desde la transición los dos grandes partidos políticos han conseguido una y otra vez manipular a los ciudadanos a través de mentiras y campañas perniciosas. Este hecho evidencia la falta de una cultura democrática, lo que conlleva a la decadencia de este modelo político llamado bipartidismo.
No tengo dudas de que si estuviera penado mentir, la mayoría de los políticos no ejercerían su derecho a expresarse. Dirigentes sin escrúpulos que esgrimen la estrategia del miedo para atemorizar a los más frágiles y así persuadirles de que su partido es la mejor opción.
El voto del miedo no es el camino apropiado para ganar unas elecciones. Este voto inaceptable no inspira ningún tipo de confianza a los ciudadanos que, cansados de más de lo mismo, no queremos seguir comulgando con ruedas de molino.
¡Qué pena no poder ver entre tanda inmundicia a aquellos políticos respetables que sí trabajan por y para el pueblo!
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