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lunes, 6 de junio de 2011

El hombre que esperaba la lluvia


El disipaba generosas esperanzas, avistaba el cielo con asiduidad, su cara era un poema o un retrato de Joan miró, cantaba a las nubes canciones de sabina, “peor para el sol”, buscaba alguna borrasca, anhelaba ver la lluvia caer.

Ella, evocaba en sus sueños nuevos presentes, playas azules y rayos de sol que broncean la piel, cucharadas de caricias y besos, sin compromisos, canturreaba canciones de Ismael “amo tanto la vida” dejando el pasado relegado en el cajón del ayer.

El persistió oteando el firmamento, algunas nubes grises planeaban en su horizonte, pero los días acontecían y no veía llover, la lluvia se rechazaba hacer acto de presencia, contradiciendo su presentimiento, pero allí estaba, perseveraba esperanzado, descifrando la teoría de la relatividad o es posible que fuese una ecuación de amor de sentimientos encontrados.

Ella derrochaba belleza y juventud, sus ojos eran un espejo en el que todos querían mirar y donde sin remedio todos quedaban prendidos, el sol brillaba a su paso, dando luz a la noche más oscura y solo con su sonrisa despejaba la tristeza tornándola por alegría.

Yo no quise compartir mi paraguas, jamás quise negociar con quimeras, pude descubrir en sus miradas un tímido chispear, triviales nublados, probablemente fuesen rayos que anuncian tormentas.

El tiempo fue pasando y la lluvia no llego, y el amor fue marchitando como una flor efímera que nace en el corazón y que deja heridas, pero aún así, el siguió clamando al cielo gotas de lluvia que mojan la cara, tal vez no fuese para vestir con ella un manto de besos si no para encubrir las lagrimas derramadas. 

Y es que el amor, ya lo dijo López de Vega, tiene fácil la entrada pero difícil la salida.