El tesoro se escondía tras el sur de su mirada, inocente e ilusionado proyectaba una sonrisa, solo eran las maderas de un barquito abandonado, la dorada navegaba a la deriva del pasado.
Sus ojos se llenaron de nostalgia y de recuerdos, tanto tiempo impaciente esperando ese momento, correteamos por las calles perpetuando aquel verano, el verano más azul de todos los que pasamos.
Después de cientos de kilómetros y algún que otro bostezo, Nerja nos enamoro sin apenas darnos cuenta, quedamos rendidos al mirador del bendito, un lugar especial para la memoria, asomados a ese balconcito fuimos incapaces de distinguir cielo y mar.
Paso a paso y tras varias paradas exigidas por el subconsciente de la retina, alcanzamos el balcón de Europa, nunca vimos otro horizonte igual, fue entonces cuando nuestras caras se iluminaron de un azul vivo mar, dormitó la palabra forjándose un silencio entre la muchedumbre, boquiabiertos descubrimos uno de los tesoros escondidos.
En una pequeña calita, en la playa de Carabeo, jugamos entre las olas, para poner punto y seguido en nuestro viaje, otro destino nos esperaba, cerramos el cofre del tesoro y con el se escaparon mil suspiros, que decían volveremos.
Hicimos de nuestro viaje un sueño y de nuestro sueño una realidad
Nunca olvidaremos el verano más azul.