El arquero invisible “cupido” se levanta, se despereza, se viste y recoge del suelo su arco y sus flechas, se pone en marcha a la búsqueda de corazones, y así hacer diana y realizar su cometido.
Y así fue como recuerdo aquella mañana gris, cuando la lluvia inundaba la ciudad y de repente. Sin más, ceso y entre las nubes apareció con cara sonriente, me miro y sin mas dilación, cogió su flecha envenenada y me apunto, perplejo consentí tal cual locura sin poder evitarlo, me atravesó como un rayo de luz, y me asoló una tristeza inmensa llamada desamor.
Desde entonces mi propósito no fue otro que encontrar a tal mítico personaje, al errante lanzador, para ajustarle las cuentas, para decirle cuanto le detestaba y le busque por todos lados, entre las nubes, en cada recoveco, entre suspiros y miradas perdidas; y una noche mirando por la ventana, lo encontré sentado en una estrella, hablando con la luna que le decía mira cupido que vas generando mucho odio, y poco cariño, cupido afligido agacho la cabeza y callo.
Pobre hombre pobre pensé, bastante tiene el, con ver como el desamor desola las calles, y las lagrimas confluyen en mares de lamentos, bastante condena aunque me hubiese gustado decirle muchas cosas.