Ella seguía el camino del latido que su instinto le marcaba, surfeaba los mares de la vida, con días de sublimes olas iluminadas por un sol radiante que daba tono a su sonrisa, en cambio resistió eminentes maretazos, sin duda alguna momentos ingratos llenos de muecas de desolación y en sus ojos trasparentes se podía divisar el reflejo de nubes grises anunciando tormentas.
Esos días acontecieron y poco a poco se instauro la quietud, el mar se hizo calma y ella emprendió un recuento de emociones, discurrían las horas meditando, contemplaba la balanza apilaba a un lado los risueños momentos vividos y al otro lado las nostalgias, decepciones y alguna que otra lagrima derramada, proseguía cotejando sentimientos sin apreciar que en el horizonte se oteaba un gran oleaje.
En un abrir y cerrar de ojos se vio inmersa en el, consiguiendo en tan solo un soplo de brisa marina que regresara esa sonrisa trasparente y magna, brotaba la primavera antes sus ojos atónitos, sonaba una melodía mágica que susurraba en sus oídos, los sentidos uno a uno cobraban vida subida en la cresta de la ola.
Fue entonces cuando el miedo la agarroto, recelaba que llegase el fin de la ola que la mantenía en la cima y que un nuevo golpe de timón en su vida le devolviera al fondo del mar y descubrir al llegar a la orilla, tempestades que impregnan el alma y dejan su huella como las pisadas en la fina arena del desierto.
Concluyendo podría decir que la vida a veces nos ofrece momentos inolvidables, a veces tan imperceptibles que no sabemos valorarlos lo suficiente, si el destino nos conduce a la cresta de una ola déjate llevar, disfruta y atesora todas esas esencias que desprende la felicidad.
Si algún día la desdicha hace que te anegues en un mar de lamentos, rescata del fondo de ti esa caja de retazos que atesoras con apego, te servirá para impulsarte y salir a flote, no obstante, siempre hallaras una mano amiga que te ayude a volver de nuevo hacia la cresta de la ola.