Así es, como haciendo eco en mi dulce memoria, puedo recordar una historia tan increíble como cierta, la de un cruce de caminos, se trata de la grata sorpresa me que destinaba la vida, un año de misceláneas sensaciones de flores perennes y pétalos marchitos, el mismo año que muy pronto cerrara sus puertas quedando caducas las últimas hojas del calendario 2010.
Tú y yo, veníamos transitando por sendas análogas, que se encontraban puntualmente en instantes efímeros, un cordial saludo, una conversación compartida y a la vez distante a los apegos del corazón, compartimos grandes momentos juntos, vislumbramos profusas estrellas en el firmamento, pero no lográbamos atraparlas.
Hay veces que sin esperanza, nos encontramos con lo más inesperado lo más inusual y es lo que a mi me sucedió; navegaba en plena tempestad de emociones entre olas de verdades y marejadas de mentiras y fue en una de ellas donde acabe naufragando en un mar de lamentos y cuando desperté y abrí mis ojos me encontré contigo.
Allí estabas tú, perdido mirando al horizonte, calado de lágrimas y con llagas en el alma, buscando una salida para poner rumbo a tus pies siempre al norte de tu conciencia y al sur de tus sentimientos.
Llegaron días de madurar el dolor, de subir escaleras peldaño a peldaño, de cerrar páginas y escribir nuevas con tinta de prosperidad, de invitar a nuestros semblantes a colorear unas sonrisas auténticas y transparentes.
Gracias por caminar a mi lado, por hablarme de tu pasado y convivir con tu presente, y por saber que habrá futuros donde intentemos atrapar alguna estrella; gracias por cada historia que me cuentas, a la que presto absorto mis cinco sentidos, esas historias que se esconden en cada sendero que escogemos al azar, la vereda de la buena palabra y de la amistad sincera.
Gracias David por demostrar la honestidad de tus palabras, hace mucho, mucho tiempo, un fabulista griego llamado Esopo dijo, que las palabras que no van seguidas de hechos, no valen de nada.