A mis cuarenta y cinco hojarascas

Se hace el ocaso de la noche y percibo tras los últimos rayos del sol el caer de las primeras hojas sobre la acera. Para algunos el otoño no es más que una segunda primavera, donde cada hoja es una flor; para otros tan solo son hojas muertas sobre las aceras.

Otoño emerge puntual a su cita cubriendo las calles de hojarasca como si una alfombra fuera. Sopla el viento de octubre, pregonando la llegada de la lluvia y del frío, aturdiendo los sentidos que buscan guarecerse, mangas largas para la musa que evoca el estío, mientras los parques vacíos se abrigan de soledad.

En el cielo bandadas de aves emigran buscando el calor que se llevó el verano, y con él se fueron los días largos y las noches cortas. Su recuerdo enciende la hoguera de un otoño ceniza para avivar el recuerdo de días de sol y de playas de fina arena. La reflexión se abriga en melancolía.

Asomado a la ventana me pierdo en algún lugar del horizonte, allá donde la mirada no alcanza, me evado y medito sobre un futuro que está por llegar, que compondré a base de actitudes y así alcanzar ese equilibrio perfecto, sentido y sensibilidad, el guión de mi vida, mi mejor traje.

Transcurren largas horas rebobinando retazos de mi vida, removiendo en el baul del ayer, conmemorando momentos de estas cuarenta y cinco hojarascas que me ha tocado vivir, vivir para contar y para contar vivir, palabras pintadas de recuerdos que conmueven desde lo más recóndito.

Ahora que la ciudad dormita en la posada de las quimeras, la luna fastuosa ilumina esta noche, vencido por este sueño tenaz escribiré entre bostezos este último párrafo, cautivo de mi inspiración, meditaré sobre el devenir de mis días, inventario de hojas caducas de estas cuarenta y cinco hojarascas.

Articulo publicado en el Periódico Extremadura.

http://www.elperiodicoextremadura.com/noticias/caceres/45-hojarascas_833704.html